Cuidar del bosque comienza 

reconociendo a las comunidades forestales

 

Entre los bosques del Estado de México caminan mujeres y hombres, apagando incendios y cuidando el monte. Lo hacen con el mismo apego que sus padres y abuelos hicieron por décadas. Ellos y ellas pertenecen a culturas nativas, habitantes centenarias de los bosques, se trata de las comunidades forestales

 

 

En México miles de hectáreas de bosques resisten ceder el paso al crecimiento de la mancha urbana gracias a que se encuentran en los territorios de estas comunidades. En el contexto de la crisis climática, estas desempeñan un rol esencial, pues administran y preservan los espacios boscosos que procesan agua, oxígeno y que retienen enormes cantidades de CO2.

 

 

De acuerdo con la Comisión Nacional Forestal (Conafor), entre 2001 y 2021 México perdió cerca de 4 millones 385 mil 850 hectáreas (ha) de vegetación, con un promedio anual de 208 mil 850. Ante la deforestación, las comunidades forestales son indispensables para mitigar el cambio climático, sin embargo,  sus aportaciones son invisibilizadas.

“Si lo vemos históricamente los bosques siempre han estado con la gente… Las comunidades dependen de los bosques y los bosques dependen de las comunidades”. Dr. Francisco Chapela.

Contener a las ciudades con el bosque

 

Las comunidades forestales del cinturón boscoso que rodea a Toluca, la CDMX y Cuernavaca tienen una relación desigual con las ciudades. Estos ejidos y comunidades ejercen una propiedad social de la tierra, es decir, son en conjunto dueños de la tierra, en ella hacen su vida y de ella dependen. Son territorios de pueblos originarios, entre ellos, tlahuicas, nahuas, otomíes, mazahuas y matlatzinca; dotados después de la Revolución.

 

Estas poblaciones reciben presión por el crecimiento de la mancha urbana y del gran capital para modificar sus usos de suelo.  Andrés Juárez, coordinador regional de Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible, plantea que “este cambio de uso de suelo está relacionado con una amenaza sobre la  propiedad social de la tierra, es decir, antes de que pasen de ser bosque a vivienda pasan a ser propiedad privada. Entonces en la primera linea de batalla de los ejidos y comunidades está en resistir la venta de sus propias tierras.

 

El pueblo tlahuica de San Juan Atzingo mantiene una lucha de más de 50 años por la tenencia de la tierra. Pues, aunque obtuvo en 2007, vía decreto, el reconocimiento como pueblo indígena, reclama tierras que permanecen en posesión de la Iglesia Católica Española.

 

La comunidad otomí de San Pedro Atlapulco, ubicada en el municipio de Ocoyoacac, posee 7 mil 100 ha de territorio comunal, y preserva a través de su asamblea más de 6 mil ha de bosques. Maribel Villela, coordinadora del Concejo de Mayores, expone que “la asamblea es la principal forma de organización para las decisiones que pudieran tomarse respecto al bosque”. En ella los pueblos deciden cómo aprovechar sus recursos forestales, ecológica y económicamente. A la hora de ejecutar los acuerdos de la asamblea, los pobladores participan en faenas o tequios.

La asamblea es la principal forma de organización para las decisiones que pudieran tomarse respecto al bosque”.

En la Cuenca de Amanalco – Valle de Bravo, además de la presión inmobiliaria, existe una tensión generada por empresas turísticas de Valle de Bravo. Las cuales realizan recorridos en cuatrimotos, racers y motocross sin autorización ejidal, afectando el medio ambiente y sin retribuir a las comunidades.

 

Ante ello, los ejidos y comunidades se organizaron para ofrecer una propuesta conjunta de turismo sustentable y respetuoso con su cultura indígena. Así, nació en abril de 2022 la Junta de Pueblos Originarios Coordinados por el Bosque y el Turismo (Pocbotu). “Nosotros queremos un turismo ordenado, un turismo que lejos de que nos perjudique, nos ayude a conservar lo que hemos venido cuidando”, dice Ricardo Moreno, presidente ejidal de San Lucas Amanalco.

 

Mantener la vida comunal es tarea primordial para ellos. Preservar la vida de asamblea, los tequios, el trabajo colectivo y, sobre todo, su tenencia colectiva de la tierra.

Llueve sobre mojado fuera de temporada

Las comunidades forestales también viven los efectos de la crisis medioambiental. Por ejemplo, reportan que cada año hay más incendios y estos duran más, facilitados por las sequías y el aumento global de las temperaturas promedio. El profesor Artemio de la Cruz Lara, ejidatario de San Lucas Amanalco, lo identifica como parte del cambio climático: “Hay más calor, sí, por ejemplo las milpas ya están de diferentes tamaños, ya se están marchitando, se están adelgazando, están por cecarse. Yo recuerdo que empezaba a llover a mediados de mayo, en este mes de junio era temporada de lluvias fuertes”.

“Yo recuerdo que empezaba a llover a mediados de mayo, en este mes de junio era temporada de lluvias fuerte”.

En línea con el cambio climático, los bosques y las comunidades forestales enfrentan otras amenazas como la tala clandestina, la cacería ilegal, mayor presencia de plagas, los ciclos agrícolas irregulares y la reducción de flora y fauna.

Don Arnulfo Gómez, representante de la gubernatura indígena pluricultural del Estado de México, describe el fenómeno de la tala clandestina: “Llevamos aproximadamente 20 años, en San Juan Atzingo, que se empezaron a destrozar los bosques de manera criminal… ha ido creciendo de poco en poco hasta hoy llegar a una catástrofe en el año 2022 y 2023”.

“Se empezaron a destrozar los bosques de manera criminal… ha ido creciendo de poco en poco hasta hoy llegar a una catástrofe”.

A partir de esta situación, en 2023 los habitantes se organizaron en la Unión de Pueblos Originarios, Comunales y Ejidales del Gran Bosque de Agua. Realizaron bloqueos carreteros en exigencia de atención de las autoridades para frenar la tala ilegal. Eduardo González, presidente del Ayuntamiento Indígena provisional de San Juan Atzingo, reconoció que los bloqueos generaron molestias pero no tenían otra opción, “esta lucha es por el bosque que nos da agua, oxígeno, nos ayuda a amortiguar los efectos del cambio climático”.

 

En respuesta, las autoridades implementaron mesas de trabajo e incrementaron la presencia y operativos de la Guardia Nacional en ciertas poblaciones. Un reporte oficial dio cuenta que de enero a agosto de 2023 se aseguraron 15 aserraderos clandestinos, maquinaria y se contabilizaron más de mil 600 trozos de madera ilegal en los poblados de Los Columpios, Tres Marías, Hutizilac, Tepeaca y La Estación. El mismo reporte señala que al menos uno de estos aserraderos ya había sido cerrado previamente pero le fue quitado los sellos de clausura. En ocasiones, cuando el operativo termina los aserraderos vuelven a su normalidad clandestina. Los pobladores reclaman falta de seguimiento.

 

La política pública del sector forestal entorpece que sigan esquemas gubernamentales de manejo forestal. Andrés Juárez, del CCMSS, señala los obstáculos institucionales que enfrentan ejidos y comunidades: “La falta de subsidios para el manejo territorial; la falta de atención en particular de las instituciones del sector agrario como la Secretaría de Desarrollo Territorial y de Desarrollo Agrario que está completamente desaparecida, el Registro Agrario que está completamente rebasado en sus capacidades”.

Herencia recolectora y vocación sembradora

La reducción de bosques conlleva pérdida de biodiversidad. Hasta 2021 la Norma Oficial Mexicana 059 SEMARNAT-2010 registra un total de 2 mil 606 especies animales y vegetales en peligro de extinción dentro de México, gran parte de ellas habitantes del bosque. Contra este panorama, las comunidades forestales asumen la  labor de preservarla.

En palabras de Maribel Villela, de San Pedro Atlapulco: “Como comunidad originaria hemos aprendido a vivir en el entorno en el que vivimos, para nosotros la relación con el bosque es muy importante, ese respeto. El permiso que se ha tenido de antaño de nuestro entorno, en este caso de los hongos, de la madera y los manantiales”.

La estabilidad en las propias comunidades también se encuentra en sus propios bosques. Mantienen una conexión de vida pues les provee de hongos, plantas medicinales para mantener su herbolaria ancestral, plantas comestibles y frutos. Por ello, el cuidado del bosque involucra a toda la comunidad a través de las faenas obligatorias, para reforestar y combatir incendios. Don Raymundo Hermenegildo, jefe supremo tlahuica de San Juan Atzingo, afirma: “Nuestra relación con el bosque ha sido muy bonita, porque nosotros reforestamos, lo cuidamos de los incendios; a la hora de plantar un árbol, le platicamos para que crezca, nos dé aire, nos dé oxígeno, nos dé agua”.

“A la hora de plantar un árbol, le platicamos para que crezca, nos dé aire, nos dé oxígeno, nos dé agua”.

En la Cuenca Amanalco – Valle de Bravo, de la mano del CCMSS, los ejidos y las comunidades han transformado sus formas de producción agrícola. En pocos años, una parte del territorio que tenía agricultura convencional, con malas prácticas de agua y suelo, ha cambiado a prácticas sostenibles y con perspectiva de soberanía alimentaria. “Las familias producen alimentos sanos pensando en las familias y no en los mercados”, expone Andrés Juárez.

“Cuando nosotros tenemos amigos como el bosque, tenemos el agua que se escucha a nuestro alrededor y el viento que corre no tiene dueño”

Reforestar el porvenir

Para preservar los bosques es indispensable que la organización comunitaria ponga en el centro su defensa. Un ejemplo son las más de 6 mil ha de bosque de San Pedro Atlapulco que se protegen con las decisiones de la asamblea. Maribel Villela, del Consejo de Atlapulco, señala que las propuestas que se discuten son para el “aprovechamiento de nuestros recursos naturales”.

Beatriz Pedroza es comisariada del ejido de San Jerónimo, municipio de Amanalco y jefa de la primera brigada de mujeres que combate incendios en el Estado de México. Señala que la brigada también reforesta: “con el zapapico, el azadón, y volteamos toda la rama para que ahí se regenere naturalmente la planta criolla”.

En las comunidades forestales educar con el bosque es importante. Antes de jubilarse, el profesor Artemio de la Cruz, de San Lucas, Amanalco, explicaba a sus alumnos de 5o y 6o año de primaria que cuando vieran un incendio fueran a sofocarlo, pero nunca solos, siempre con un hermano o sus papás porque el fuego es peligroso. “Les decía: un arbolito es como un pollito, un niño, que no puede correr, si le metemos el fuego es un martirio para él, si sobrevive ya es un milagro pero si se quema, una pequeña vida se destruye y más aparte otros animalitos”.

Para Francisco Chapela, asesor de estudios rurales y asesoría campesina, es importante que a las comunidades forestales se les reconozca como guardianes de los bosques. Que la población urbana “respalde, fortalezca, reconozca el papel de resguardo”. La falta de este compromiso agravará la emergencia climática. Las primeras afectadas serán las comunidades forestales, pero no serán las únicas.

San Juan Atzingo

La comunidad indígena de San Juan Atzingo, en el municipio de Ocuilan, habitan los últimos hablantes del idioma pjiekakjoo o tlahuica. Quienes mantienen una lucha de cinco décadas para que el Estado de México y el Gobierno Federal legitimen su gobierno autónomo.

Amanalco

La Cuenca Amanalco – Valle de Bravo cuenta con una superficie de 61 mil 548.47 ha, de las que 31 mil 114 son áreas forestales. En ellas, gracias al cuidado que los pueblos hacen del bosque se captura un aproximado de 8 millones 805 mil toneladas de CO2.

San Pedro Atlapulco

La tenencia de la tierra de San Pedro Atlapulco ha permitido que sus bosques florezcan. En estos montes, en el municipio de Ocoyoacac, Estado de México, la comunidad otomí echó raíz junto a cedros, oyameles y encinos.

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Septiembre 2023